Grazalema es un lugar
donde la vida cotidiana transcurre sin ruidos, alterado a veces por las risas
de los niños o por el bullicio de los visitantes de los fines de semanas, pero
el último fue distinto. El pueblo estaba en silencio absoluto, solo roto por el
tañido de las campanas de la Parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación,
anunciando la partida de una de nuestras vecinas más querida.
Isabel Domínguez
Triano, conocida cariñosamente como Chichi, era una mujer amable, noble,
cariñosa, generosa, discreta, buena... No lo decimos porque se haya marchado, más
bien por lo que hemos observado durante su vida. Ser buena esposa y madre, se
puede pensar que es fácil; ser buena amiga, en ocasiones se consigue; pero las
muestras de afecto obedecían a mucho más que a ese entorno. Se respiraba
respeto, cariño, gratitud… a la mujer, que además del zaguán accesible como es
tradicional en las casas grazalemeñas, tenía sus puertas abiertas para quien
llamara o la necesitara. De su boca no salió nunca una sola palabra en ese
sentido, sin embargo sí nos lo han contado las personas agradecidas.
A estas alturas, quizás
os habréis extrañado que no estemos escribiendo sobre gastronomía. Por supuesto que sí, tiene que
ver y mucho. Ahora vamos a explicarlo. Al entrar en casa de
Chichi y de Fernando Campuzano (su marido) nos recibían los aromas a sus
guisos, cocidos, croquetas o postres… ¡Qué rica poleá, preparaba! Ella con una
dulce sonrisa te daba paso a su salita, pero donde más cómodas nos hemos
sentido, sin duda era en su maravillosa cocina de casa antigua, de esas que
cualquier aficionado a estos menesteres siente admiración como es nuestro caso.
Espaciosa, con una amplia encimera de ladrillos rojizos, al estilo del siglo
pasado donde se ubicaban los fogones. Al fondo la alacena, su puerta
entreabierta dejaba ver los brillantes cazos, ollas, cacerolas y otros
utensilios propios. En la derecha una gran mesa de trabajo, con su peso
antiguo, sus frutas, mortero... A la izquierda una puerta hacía un patio lleno
de plantas con escaleras de piedra que te llevan a un torreón almenado, donde
las vistas del pueblo y de la Sierra son espectaculares. Cuántas veces le hemos
pedido el favor, de que se lo mostrara a familiares y amigos, jamás dijo que no,
al revés, sin pensarlo ni un solo instante, accedía de inmediato a nuestras
pretensiones.
Cuando se enteró que
presentaba el libro en la Excma. Diputación de Cádiz, enseguida se apresuró a ofrecerme:
lebrillos de barro, cestos de mimbre, calderos de cobre y cuantos utensilios
atinaba a encontrar para el evento.
Conociendo mi pasión
por la cocina tradicional, un día me hizo un maravilloso regalo: una copia del
cuaderno manuscrito de su familia. En él se recogen las recetas de las mujeres
de la casa con más de un siglo de historia. Un auténtico tesoro.
Tengo que contar algo
más, el libro Cádiz, una provincia para
comérsela. Recorrido por sus tradiciones culinarias, no hubiese sido lo
mismo sin su Tocino de cielo, el más
rico de todos los caseros que hemos probado. En un gesto más de generosidad nos
dio y nos enseñó a hacer la receta y nos permitió fotografiar el paso a paso en
su cálido hogar.
Chichi una cocinera
de casa, de tantas que no necesitan que se les otorguen estrellas de
publicaciones del mundo. Ella y su tocino de cielo, ya tienen todas las
estrellas del universo.
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