viernes, 17 de febrero de 2017

RESUMEN DE LA CRÓNICA-GUÍA DEL BUEN MORAPIO Y CONDUMIO EN EL CÁDIZ DE AYER POR JULIO MOLINA FONT EN EL ATENEO GADITANO

Las ciudades, las costumbres, la naturaleza, el hombre, todo cambia con el paso de los años. En nuestra memoria quedan lugares, personas, hábitos… que de una u otra manera han significado algo especial para nosotros, pero será imposible recordar con precisión gran parte del entorno donde crecimos y vivimos sin ayuda. Esta ayuda es la que nos pone en nuestras manos el escritor gaditano Julio Molina Font. Le gustan las historias y vivencias cotidianas, las vividas y las oídas, plasmándolas en sus libros como buen cronista de la sociedad, única forma que podamos seguir teniéndolas presentes y que nuestros sucesores las conozcan. Así sucedió con La historia pequeña de CádizLa historia pequeña de San Fernando,  o Crónica negra en el Cádiz de la posguerra, libros editados por Ediciones Mayi, entre otros.
En esta ocasión las páginas de su última obra: Baches, bares y ultramarinos. Crónica guía del buen morapio y condumio en el Cádiz de ayer, publicada por Ediciones El Boletín, están llenas de locales, vinos, personajes, etc., que pueden resultar atractivo para los gaditanos en general y muy interesante nos resultan a los seguidores relacionados con el mundo que rodea la cocina en todos sus ámbitos.  
Por ello hemos querido tener en la tertulia gastronómica del Ateneo gaditano, en este mes de febrero, a nuestro compañero Julio Molina. El autor nos condujo por uno de los muchos paseos que tiene el libro por Cádiz, describiéndonos como era la ciudad en la época desde principios del siglo XX hasta los años setenta. Durante el recorrido nos paramos en algunos de los famosos bares y establecimientos dedicados a la alimentación que pudimos visualizar en la interesante y curiosa colección de fotografías que nos mostró, rescatadas de su publicación.  
El escritor contó con brevedad como nació y se desarrolló la idea, enumeró las fuentes escritas en las que había investigado, el empleo de su propia documentación y colección de libros, además de mencionar la cantidad de fuentes orales obtenidas por amigos, conocidos y personas relacionadas con la hostelería de entonces. 
En la obra que consta de 390 páginas, Molina Font confesó querer hacerle un homenaje a los montañeses que llegaron a Cádiz, instalando sus ultramarinos preferentemente en las esquinas de las calles del centro de la ciudad. El escritor en este punto se dirigió a los asistentes y dijo haber pensado dedicarles  a ese reconocido colectivo este momento, como se suele hacer en Cádiz y más en estas fechas que rozamos los Carnavales, vestido con la clásica bata de color garbanzo tostado y con el típico lápiz que se colocaban encima de la oreja.  
Por supuesto hizo extensivo el homenaje a los chicucos, niños que con trece o catorce años de edad empezaban a hacer recados, a reponer artículos, cuidaban de la limpieza y a cambio recibían alojamiento, comida y un salario que generalmente le custodiaba el propietario del almacén hasta que el joven marchaba al servicio militar. Entonces era cuando se les solía entregar la cantidad custodiada, la mayoría de las veces. Muchos a su regreso se incorporaban como encargados o incluso como dueños de sus propios negocios. Durante décadas, los montañeses acaparaban este tipo de comercios, aunque luego también llegaron personas de la provincia de Málaga como El Burgo o Yunquera.  

Refirió como el vino y especialmente la manzanilla, fueron el origen de las tascas en Cadiz, lugares en que mayoritariamente se reunían los hombres y fue centro de tertulias en la época. Nos descubrió que a muchas de esas tabernas, las habían precedido en el mismo lugar antiguas carbonerías e incluso que hubo un tiempo donde se vendían ambas cosas en el local, debido a que había quienes opinaban que en estos lugares se conservaba mejor el vino debido al carbón. Uno de estos lugares es la tradicional taberna La Manzanilla que ha llegado hasta nuestros días en la calle Feduchy, frecuentada por gaditanos y visitantes. 

Haciendo un guiño a estos lugares, puso encima de la mesa del estrado una media limeta y una caña de manzanilla, el pequeño vaso donde era habitual servir el aromático vino. Recordó que la limeta y media limeta, daban nombre a las botellas utilizadas para la manzanilla, según su medida, prácticamente están en desuso. Nosotros queremos significar al respecto, que con mucho acierto se siguen utilizando en algunos lugares clásicos de Sanlúcar de Barrameda y nombrar también a la Taberna La Sorpresa que ha recuperado esas botellas para Cádiz.    
Tabernas de fama como La Privadilla, fundada en 1712, que lucía en sus paredes dos cabezas de toro, llamados en vida Palomero y Jardinero; El Maestrito, situado en la calle La Paz, y que hasta el año 1952 solo vendía vino, pero a partir de esa fecha empezó a ofrecer pescado frito, papas aliñás y guisos caseros por encargo que se hicieron famosos. Típicos baches como La Providencia, Mendizábal o El Nicanor. 
Bares como el Liba, El Alcázar, Sol Bar, Casa Samuel o el Bar Caleta con aquellas cazuelitas de barro de espectaculares gambas al ajillo y el barreño de plástico lleno de almejas de las que ahora es difícil ver y que cuando nos asomábamos los chiquillos siempre soltaban un chorrillo de agua a la cara para risa de todos los que no se mojaban. No puedo dejar de nombrar a Casa Lucas en la Cruz Verde, en sus inicios era una tienda de vinos regentada por el dueño Lucas Diego Mazorra, más tarde empezaron a poner tapas que las hacía su mujer Maruja, dándole un giro diferente al bar. Al ser un local de paso y muy concurrido llegó a la cocina Concepción Pinto Bautista haciendo célebres las tapas de menudo, sangre en tomate o las pavías de merluza, entre otros muchos guisos. Luego el hijo de los propietarios Adolfo se casó con Isabel Bermúdez, quien siguió los pasos de ambas mujeres en la cocina. Durante años Concha y Beli fueron muy reconocidas en los fogones de Casa Lucas.   
En nuestra breve presentación aludimos a locales de recuerdos significativos de nuestra niñez y juventud como el Bar Correos en la Plaza de las Flores, donde trabajaba mi tío Juan Cantero. Cuando pasábamos por allí, entrabamos a darle un beso y el cogía con una mano unos cuantos vasos que con un movimiento rítmico hacía sonar compases flamencos. Aunque hoy no podemos dejar de nombrar una de las cosas que más nos llamaba la atención a los niños y creo que a los de más edad también, ni más ni menos que una de las primeras gramolas que llegó a Cádiz, a la que se le echaba una moneda para que la música sonase. Inolvidables igualmente son la Taberna La Manzanilla, el bar El Nansa o el ultramarino el Cañón en la calle Feduchy donde nací y viví muchos años. Otro bar muy especial por lo que vamos a contar fue El Piano, situado en la calle Columela, no solo por el rico olor y sabor de los primeros sándwiches que se ofrecían en la capital gaditana, sino porque los ojillos de niña se quedaban fijos en una de las estanterías, donde junto a botellas de vinos y licores había colocado un pajarito de cristal de colores que con movimientos de vaivén, zambullía su pico en la copa de agua que tenía delante. ¡Qué tiempos!

No quisimos restarle minutos a nuestro compañero alargando la presentación. Julio Molina es una persona muy conocida en nuestra ciudad y particularmente en el Ateneo, desempeñando la labor de coordinador de la Tertulia Marítima, donde consta su faceta de investigador en temas marítimos y costumbristas, además de sus muchas publicaciones.
El autor nos desveló los clásicos reservados de las antiguas tiendas de vino y tabernas. Estos lugares eran frecuentados por trasnochadores en busca de  bebidas, especialidades de cocina y fiesta, pero también acudían célebres artistas, toreros y personajes importantes de la vida social gaditana. Citó igualmente célebres restaurantes como El Anteojo, El Achuri, El Faro, La Flor de Galicia, algunos de ellos aún respetan parte de sus estructuras aunque con reformas lógicas efectuadas por el paso del tiempo. Hay casos que conservan el nombre, otros por el contrario son llamados de otra forma. Por supuesto las ventas de extramuros como La Primera de Cádiz, Venta Los Patos, Venta El Pozo, que recuerdo íbamos en familia a comer sus ricos “Huevos a la Flamenca”;  El Cantábrico, lugar donde muchos domingos las familias se reunían fuera de la ciudad para almorzar y donde los chiquillos podíamos jugar con tranquilidad al aire libre o el ventorrillo El Chato, que afortunadamente existe gracias a la familia Córdoba y del que se pueden contar mil y una anécdotas.
También hubo tiempo para recordar ultramarinos como el Cañón, El Miña terra, Las Nieves, El Caminito, La Pasiega… todos con sus estanterías de madera; el habitual reloj que se enmarcaba en el centro; las cajoneras en la parte baja, donde se depositaban las legumbres a granel: garbanzos, lentejas, habichuelas y también arroz, azúcar, harina, etc., en el momento de despacharlas el dependiente recogía el artículo con la pala recogedora a demanda de la cantidad solicitada por el cliente. En una parte del mostrador el peso de platillo, en uno de los extremos el aparato de medida para suministrar el aceite. No faltaba el  jamonero formado por una tabla de madera con dos piezas verticales que servían para sujetar el jamón y por supuestos las barricas de arenques. 
De imborrable recuerdo algunas cafeterías, con una alusión especial a La Camelia, centro de reuniones de la sociedad gaditana en sus distintos establecimientos, contando con un servicio impecable, buen café y chocolate, sus célebres tortitas americanas y sus vitrinas repletas de ricos pasteles, de muchos de ellos aún retenemos los sabores en nuestro archivo dulcero, al igual que nos ocurre con los dulces de Orcha.   
De moda también se pusieron las terrazas, repletas de púbico con la llegada del buen tiempo, destacando las de la Plaza de San Juan de Dios, Canalejas, Columela…Igualmente abrieron salas de fiestas, quizás entre las más conocidas El Pay Pay, El Salón Moderno, entre otras. Como en todos los enclaves portuarios importantes y concurridos solía haber este tipo de locales, conocidos popularmente como cabarets. Aunque ahora inexistentes en la ciudad, si lo tuvimos en las décadas de los años cincuenta hasta los ochenta.
 No se quedaron en el tintero personajes por nombrar como Juan Fariñas conocido como “Guagüy”, trabajador incansable en varias tiendas de la ciudad; Pacual García de Quirós, aunque todo el mundo cariñosamente lo llamaba Macarty, fue durante muchos años camarero del Café Alhambra y gran seguidor del Cádiz C. F.; el recordado Pepiño Ferradans, propietario del célebre Restaurante El Anteojo o Gonzalo Córdoba, fundador del Restaurante El Faro y que perdura como una auténtica institución hasta nuestros días.
El punto final de la tertulia lo puso Molina Font con la llegada a Cádiz de un novedoso tipo de establecimiento: el supermercado. Fue allá por el año 1959 cuando se instaló el primero en la ciudad, llamado Supermercado 13. La novedad supuso un cambio de costumbres en las compras y al principio los vecinos formaban largas colas para entrar en el local situado en Puerta de Tierra. 
Terminamos la crónica como hicimos en nuestra presentación, agradeciéndole al conferenciante y amigo Julio Molina, aceptara nuestra invitación e interviniera en la tertulia gastronómica. En otras ocasiones nos ha acompañado como asistente, haciendo estupendas aportaciones. Este día sin embargo ha participado desde el estrado del salón de actos del Ateneo, solicitándole nos abriera esas limetas repletas de conocimiento gaditano, y llenara nuestras imaginarias cañas para beber y saborear todo lo que nos contó.  

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